TWM: SEVILLA

jueves, 11 de junio de 2015


Existe un tipo de viajes relámpago, aventuras imprevistas, de poco tiempo. Surgen de repente, como una idea lejana... casi un sueño. Curiosamente, los viajes de este tipo ayudan mucho a desconectar, y ese fue precisamente el objetivo del viaje a Sevilla de marzo.

En las clases de ampliación de inglés surgió la idea de salir un fin de semana para desconectar de los estudios, que nos habían dejado rendidos a todos.

Las propuestas de destinos empezaron a surgir: Dublin, Londres, Holanda... Barcelona, Lisboa... Y acabamos yendo a Sevilla.

Nunca había estado antes en Sevilla (descontando aquella vez que tenía dos años), y nunca antes me había llamado la atención. Pero en el momento de coger el AVE, la emoción empezó a embargarme: ¡Me iba a Sevilla por un fin de semana con mis amigas! Y lo mejor de todo... De mochileras.

Sevilla nos trato con el amor de una madre y con la dureza de un desconocido. Las ahora llamadas anécdotas se suceden: un robo, una casi intoxicación, el constante calor (¡a principios de marzo!) y el suicidio de una bola de cristal, que cerró el ciclo de infortunios en Sevilla... porque ya tocaba volver.

Sin embargo, tenemos otras muchas historias que contar: cuando en el bus hacia el centro dos mujeres nos hablaron como si fuéramos conocidas y nos recomendaron un tablao gratuito, cuando realizamos nuestro primer tour por Sevilla y nos dimos cuenta de que era mucho más que una ciudad, sino un libro de historia; cuando subimos a las Setas (que decidimos bautizar como) y coincidimos con el atardecer...

Vista desde las Setas (Marta)
Cuando descubrimos Colette, la mejor pastelería del mundo. La tarde en que cosieron con maestría nuestros nombres en una hoja de papel.

El día en que literalmente nos topamos con el Alcázar de Sevilla sin saberlo...

Entrada del Alcázar
Alcázar (Marta)
 ¡O cuando le hicimos miles de fotos a la Giralda sin saber que era la Giralda!

La Giralda

El día en que, por primera vez, la Catedral nos hizo sombra.

Un árbol milenario


Catedral

La tarde en que nos sumergimos en la historia del barrio judío, mi lugar preferido después de los Reales Alcázares.

Naranjos


Plaza escondida

Calle de la judería

Patio andaluz


Cuando corrimos por la Plaza de España para hacernos mil fotos...

Plaza de España
Puente

Y cuando nos paramos a respirar el aire que nos llegaba desde la azotea de nuestro albergue. La noche en la que, esperando nuestras hamburguesas, Marta y yo entablamos conversación con un canadiense y ninguno de los tres supo de qué estábamos hablando. Esa misma noche nos sentamos todas en una mesa de picnic y estuvimos hasta la medianoche compartiendo risas, cartas, jugando a ¡village sleeps!, tapadas por parejas con las mantas que habíamos cogido de nuestra habitación. El día en que, cuando nuestros pies "nos estaban matando", aprendimos que en inglés se decía "my dogs are barking". Y acabo con estas pequeñas estampas de aquella noche porque, sin duda, una de las mejores partes de los viajes suele ser la compañía. Fue un fin de semana en el que desconectamos de la gran ciudad para "perdernos" en la diminuta Sevilla, sí. Pero fue el fin de semana en el que conectamos como nunca entre todas las compañeras de la pequeña clase de ampliación de inglés.
Lo más curioso de todo es que en realidad solo fueron dos días. Lo que me hace pensar en lo que una vez dijo (escribió) Shakespeare: Para los que aman, el tiempo es eterno. Sin duda, al amar Sevilla, ésta nos detuvo el tiempo.

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